Nueva
York – Lo
bautizaron como Malcolm Little y lo enterraron como Al Malik Al Shabazz, pero
pasará a la historia como Malcolm X, un nombre que con esa equis aludía a su
identidad borrada por el esclavismo.
Malcolm X
habría cumplido mañana cien años, pero fue abatido a tiros antes de cumplir
cuarenta en 1965, en una década particularmente violenta en Estados Unidos en
la que también fueron asesinados el presidente Kennedy y al otro gran líder
negro y rival de Malcolm, el pastor baptista Martin Luther King.
Dijo
Malcolm en una ocasión: «La no violencia está bien, mientras funcione. Cuando
es defensa propia, yo lo llamo inteligencia». Esa idea, y lo que tenía de
oposición al pacifismo radical de Luther King, es la que marcó aquellos
convulsos años sesenta, claves en la lucha contra la segregación racial.
Un padre
muerto, una adolescencia robada
Malcolm
Little nació el 19 de mayo de 1925 en Omaha (Nebraska), en una familia de siete
hermanos, hijos de dos miembros de una iglesia baptista muy activa, ambos
concienciados sobre la discriminación de los afroamericanos.
El padre
murió cuando Malcolm tenía seis años en un oscuro accidente de tráfico -no pudo
demostrarse que fue un asesinato racista- y la madre sacó adelante sola a la
familia, pero en 1938, tras sufrir un ataque de nervios, los servicios sociales
le retiraron la tutela de sus hijos y pasaron a vivir en familias de acogida.
Pese a
todas las desgracias, Malcolm brilló en una escuela en la que a veces era el
único niño de color, pero recordaría siempre que un día, cuando manifestó su
deseo de convertirse en abogado, su maestro le dijo, condescendiente, que ese
«no era un objetivo realista para un negro» y que se dedicase a algún trabajo
manual más propio de su raza.
Malcolm
abandonó la enseñanza secundaria en 1941 y dos años más tarde se mudó a Nueva
York, concretamente al bullicioso barrio de Harlem, donde el cineasta Spike
Lee, en la memorable película «X» de 1992, lo retrató como un ‘dandy’ caradura
y simpático que vivía de la pequeña delincuencia, aunque otros biógrafos creen
que también practicó el proxenetismo.
Dio con sus
huesos en la cárcel y fue allí donde John Benbry, un preso muy politizado,
miembro de la Nación del Islam, cambió radicalmente su vida y lo convirtió en
un activista por la ‘negritud’ que consideraba que los negros de Estados Unidos
no debían buscar la integración, sino la separación de los blancos y su retorno
a la madre África. Fue entonces cuando adoptó la X como apellido.
Cuando
salió de la cárcel en 1952, el FBI ya seguía su rastro: sus discursos
incendiarios en los que coqueteaba con el comunismo y con la violencia lo
habían convertido en una amenaza pública por su ascendiente sobre la población
negra y porque muy pronto su popularidad había rebasado la de Elijah Muhamad,
que desde Chicago gobernaba con mano de hierro la Nación del Islam.
Un líder
nato
Malcolm lo
tenía todo para convertirse en un líder natural: a su verbo afilado unía una
altura imponente (medía más de 1,90 metros), un cuerpo esbelto y un cuidado
aspecto: barba atildada, trajes ceñidos con corbata estrecha y unas gafas
Rayban tan características que llegaron a ser llamadas por su nombre.
Era natural
que tarde o temprano chocase con el otro líder negro por antonomasia de aquel
momento, Martin Luther King, adepto a la resistencia no violenta que unos años
antes había permitido al indio Mahatma Gandhi forzar la independencia de su
país del imperio británico.
Malcolm X
acusaba a Luther King de ser demasiado acomodaticio con el poder blanco y se
refería a él despectivamente como «el tío Tom del siglo XX» (en referencia a la
famosa novela ‘La cabaña del tío Tom’), a lo que el baptista respondía: «Esos
discursos ardientes y demagogos en los guetos negros, que llaman a sus gentes a
alistarse para la violencia, no traerán más que dolor».
Pero
aquellos discursos que disgustaban a Luther King hicieron de Malcolm X una
estrella admirada por la naciente generación de líderes de los nuevos países
que habían logrado la independencia gracias, casi siempre, a la lucha armada,
como Fidel Castro o Gamal Abdel Nasser, que propiciaron su triunfal entrada y
un discurso en recinto de Naciones Unidas en el año 1960. También el boxeador
Mohamed Ali, inmensamente popular entre la población negra, se acercó a Malcolm
X: les unía su discurso racial y su religión por adopción.
Hacia 1963,
las relaciones entre Malcolm y Elijah Muhamad habían tocado fondo, y Malcolm
abandonó la Nación del Islam con el anuncio de que encabezaría un nuevo grupo,
lo que enfureció al fundador y abrió un nuevo frente de acoso contra el ya muy
señalado Malcolm.
Al año
siguiente Malcolm X, que ya pedía ser llamado solo por su nombre musulmán, Al
Malik Al Shabazz, hizo un viaje a La Meca que resultó para él trascendental: la
visión de tantos correligionarios de todos los colores (también blancos de ojos
claros) dando vueltas en torno a la Kaaba le hizo cuestionarse todas sus ideas
anteriores sobre la incompatibilidad racial.
Al regreso
a Estados Unidos comenzó a adoptar un tono distinto y a alejarse de los
llamamientos a la violencia. Pero ya entonces se había ganado demasiados
enemigos. Un día de febrero de 1965, cuando daba un discurso en una sala de
Harlem, fue abatido con 21 disparos.
Se culpó de
inmediato a tres miembros de Nación del Islam, que pasaron 20 años de cárcel
hasta demostrarse su inocencia, gracias en buena parte a una serie de Netflix.
En noviembre de 2024, los hijos de Malcolm demandaron a la policía de Nueva
York y al FBI por manipular las pruebas. «Las huellas del Gobierno están por
todas partes», concluyó el abogado de la familia. EFE
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